José Aparicio Pérez
Profesor de clases prácticas encargado de Curso en la Facultad de G. e Historia de la Universidad de Valencia
Como ya hiciéramos con Domingo Fletcher Valls, hacemos ahora con el Dr. Julián San Valero Aparisi, al no haberlo recordado en el libro 150 valencianos, editado por las Provincias.
En realidad me limito a reproducir lo que escribí y pronuncié en el homenaje que le ofrecimos sus amigos y alumnos el 12 de mayo del año 1984 con motivo de su jubilación académica.
Justificado y creo que reconocido el derecho que me asiste, por haber sido primero su discípulo, como resultado de ello su colega y en consecuencia haber gozado de su amistad por el trato constante académico y profesional, permitidme que hable del maestro, del investigador y del amigo.
Hace veinte años que llegamos a la Universidad de Valencia, y desde un principio supimos que iba a ser nuestro maestro, aunque ignorábamos todo el largo y posterior proceso que nos iba a permitir, felizmente, alcanzar su amistad y trabajar con él y junto a él. A pesar de los años transcurridos su magisterio no se ha agotado y, poseyendo una solidísima formación humanística y jurídica (considero obvio indicar su doble titulación en Filosofía y Letras y en Derecho), que obtuvo en la Universidad de Valencia, pero que completó en la de Madrid junto a los profesores Obermaier y Santa Olalla, y una inagotable información conseguida a través de años de estudio y trabajo constante, profundo y sistemático, permanentemente recibimos sus enseñanzas y nos transmite conocimientos e ideas de singular valor. Pero esta transmisión, que se realiza en un fluir constante, resulta doblemente valiosa, al no ir acompañada casi nunca del tono doctoral y enfático que adoptan los mediocres para ocultar sus carencias.
De D. Julián San Valero se ha dicho ( y lo puedo repetir ahora en que, ya jubilado, no me puede impulsar a ningún cargo académico, a lo que, por otra parte, no aspiro) “que es la mente más preclara y lúcida de la Universidad española”, de lo que puedo dar testimonio; mas, si necesitábamos nuevos argumentos nos los proporcionó la noche en que la Facultad le homenajeó con una cena en un céntrico hotel, ya que allí nos demostró su profunda sabiduría y la agilidad de su mente en presencia de las figuras de más “cartel” de nuestra Facultad.
Sobre su talante como maestro, mejor que mis palabras puede dar fe, y vosotros podéis extraer las consecuencias correspondientes, el párrafo que escribió él mismo al prologar nuestro libro de la Edad del Bronce:
“El autor de este libro se excede en el respeto y amistad hacia el profesor, cuando me cita sobre la localización de los poblados de la Edad del Bronce en Valencia. Su total discrepancia casi no se advierte, pero mi equivocación es notoria o al menos incompleta o mal expresada, mas como profesor universitario no sólo agradezco la lección, sino que me enorgullece que un discípulo demuestre nuestros fallos y haga avanzar nuestros conocimientos : para eso y por eso queremos ser profesores”.
Sobre ello únicamente me voy a permitir un comentario: la lección de humildad y de sentido universitario íntegro y cabal debería ser asumida por la Universidad y exigida a todos los que pertenecen a ella, en particular a algunos que no mencionaré.
Al enjuiciarle como colega hemos querido entrar, y entramos, en un terreno ciertamente escabroso; a D. Julián se le ha reprochado el que “ralentizara” sus investigaciones al mínimo, el que se apartara un tanto de la línea investigadora que tan brillantemente y con tanto éxito iniciara, al dedicarse de lleno a la cátedra que ganó mediante la correspondiente y reñida oposición de la época, y que regentó, primeramente en Granada y, a continuación, hasta su jubilación, en Valencia; incluso, nosotros mismos, hemos lamentado personalmente en numerosas ocasiones el que lo hiciera.
En cierto modo tenemos argumentos para ello, D. Julián, con sus investigaciones y publicaciones sobre el Neolítico español, europeo y circunmediterráneo, con su estudio de la Cova de la Sarsa, de materiales de Gibraltar y de Suiza, con sus planteamientos metodológicos y estructurales sobre el tema, así como sobre el origen de la agricultura, totalmente imbricados ambos, llegó a ser el más célebre, el más estudiado y el más seguido de los investigadores sobre este singular momento del pasado de la Humanidad, pero su dedicación académica y burocrática le impidió progresar en dicha línea de investigación, de tal manera que dichos reproches más bien son lamentaciones en voz alta expresando el sentimiento que nos embarga por vernos privados de nuevos estudios que sospechamos que hubieran sido de notable interés.
Pero no es menor cierto que la Universidad le exigió plena dedicación a la docencia y que, también, consciente de su gran valía y honradez, le encargó la dirección de la Junta de Obras, que reconvirtió la vieja y entrañable Universidad de la calle de la Nave en la moderna Universidad de la Avenida de Blasco Ibáñez, donde se vio obligado a consumir su tiempo y sus energías; la sociedad se lo impuso, y él tuvo que acatarlo, a costa de abandonar la línea de investigación iniciada.
Sin embargo, hoy día, liberado de sus cargos académicos, esperamos de sus conocimientos, de su capacidad y de su vitalidad nuevas aportaciones, y en este sentido se desarrolla su trabajo y nuestro trabajo en colaboración, cuyos primeros frutos están a punto de ver la luz.
Muchas más cosas podríamos decir de D. Julián San Valero como amigo, sin embargo quiero ser parco en ello, y me limitaré a decir que en él se juntan y compendian todas las virtudes que definen la esencia de la valencianidad, que ejerce y defiende hasta sus últimas consecuencias; quizás, ello provenga de su nacimiento en Ruzafa, que hace poco tiempo era un barrio separado de Valenca, enclavado en plena Huerta, y antes una población, o alquería huertana, pero que indudablemente deja huella, como la dejó en el poeta valenciano de religión musulmana, AL-RUSAFI, quien en el siglo XII de la Era escribió lo siguiente:
CANTO A LA RUZAFA DE VALENCIA
Amigos míos: Deteneos conmigo y hablemos de Valencia,
pues su recuerdo es como frescor del agua
en las entrañas ardientes.
Deteneos de buen grado y calmad vuestra sed,
pues en ella es seguro que la lluvia ha de venir.
Pedid la lluvia en el Puente y en la Ruzafa:
seguro que la lluvia regará la Ruzafa y el Puente.
Es mi patria: allí se encañonaron de pluma mis alas,
cuando yo era un pequeño pajarillo,
y su solar me abrigó como nido.
Fue mi cuna. Fue una dulce vida
gozada en la tierna infancia.
¡Dios no permita que jamás la olvide!
No hay otra como esta tierra, repleta de almizcle.
Valencia es esa esmeralda
Sobre la que corre un río de perlas.
Es como una novia
en la que Dios puso toda su hermosura,
y le dio una eterna juventud.
En ella brilla perpetua una luz refulgente
porque el sol juguetea con el río y la Albufera.
AL- RUSAFI, siglo XII
El poeta expresó su amor a Ruzafa y a Valencia con estas sentidas estrofas, D. Julián con su lucha y testimonio diario.
Y testimonios de su procedencia son su campechanía y cordialidad en el trato; la sinceridad en la relación y el afectuoso interés con que acoge como propios los problemas de los demás; todo ello resumido en las grandes dosis de bondad y de humanidad de que hace gala.
Y nada más, he dicho cuanto quería decir por el momento, sólo me resta añadir que deseo fervientemente el poder seguir recibiendo su magisterio, colaborar activamente con él y disfrutar de su amistad durante largos años, deseo que creo que es compartido por todos los aquí presentes, y que con vuestra asistencia masiva sois el más fiel testimonio de la amplia y profunda proyección académica, laboral y humana de nuestro gran maestro, colega y amigo D. Julián San Valero. Nada más.