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PANCATALANISMO AL DÍA DE HOY

By 17 noviembre, 2017marzo 13th, 2018Artículo, José Vicente Gómez Bayarri

José Vicente Gómez Bayarri

Historiador
Académico de número de la Real Academia de Cultura Valenciana

Un principio básico de todo docente, en cualquier nivel educativo, es el deber moral de educar en la tolerancia, fomentar la libertad de expresión, plantear diatribas y disquisiciones, impulsar el debate abierto, enunciar nuevas hipótesis y alejarnos de los maximalismos en materia conjeturable. Pero no siempre se hace así.

Ya a principios del siglo pasado el iluminado  E. Prat de la Riba, caudillo de un naciona­lismo racista y místico-bur­gués, alumbró vi­siones imperialistas para Cataluña y se erigió en promotor y mesías de la “Catalunya Gran”. Proyecto en el que han perseverado quienes han seguido su doctrina y podemos comprobar actualmente.

Como recogió el académico de la RACV Vicente Ramos en su obra “Pancatalanismo entre valencianos”: el abanderado catalanista Prat de la Riba hacía explícita su megalomanía al escribir que “la personali­dad catalana ya no acaba en las fronteras de nuestra vieja provincia, sino que va más allá, hasta tocar las palmeras de Murcia y, atravesando el mar florece en los cielos de Mallorca”… “No tenemos to­davía nombre común (…) Mientras tanto haga­mos como los ingleses con su Graeter Britannia, (…); ha­blemos de la Cataluña Gran­de, que no es sólo el Principa­do, ni Mallorca, ni el Rosellón, ni Valencia, sino Valencia y Mallorca y el Principado y el Rosellón, todo a la vez. Todos somos unos, todos somos cata­lanes”.

Para completar este quimérico pensamiento político, otro visionario, Rovira i Virgili afirmó: “(…) la reen­carnación del alma nacional se ha producido con el despertar del “verbo”, la lengua, que, de instrumento o vehículo, pasa a raíz y fundamento del más voraz nacionalismo. Cuantos hablan catalán, son catalanes. Cuando el dominio geográfico de un idioma nacional está netamente delimitado, coinci­de, en efecto, con el territorio de esta nacionalidad”.

Al respecto M. Sanchis Guarner en 1977, en un manifiesto leído en Valencia sobre la cultura cata­lana manifestó: “Afirmamos la unidad lingüística y cultural de los países catalanes, fruto de una historia común y de una reali­dad compartida que hay que hacer y progresar conjunta­mente en el futuro”.  Omite o soslaya que la historia en común sólo se dio dentro del contexto de la Corona de Aragón, en donde cada uno de los territorios que la configuraron tenía sus propias características jurídicas, históricas, idiosincrasia y límites territoriales. Nos preguntamos: ¿qué ha tenido en común el reino musulmán o cristiano de Valencia con el condado de Barcelona?

El profesor emérito de Historia de la Universidad de Wisconsin, Stanley G. Payne, en su obra “En defensa de España”, publicación con la que ha sido galardonado con el Premio Espasa de Ensayo en 2017, declaraba recientemente a LAS PROVINCIAS  respecto al independentismo catalán y la manipulación de la Historia que los catalanes han creado ciertos mitos.

Sobre el derecho a decidir, recientemente, el historiador Álvarez Junco señala: “hay demasiados ejemplos de gobernantes que, en nombre del pueblo, la nación o el proletariado, han tiranizado a gran parte de esos mismos colectivos.

El presidente de la Comisión Europea, Jean Claude Juncker en el acto en que fue investido doctor “honoris causa” por la Universidad de Salamanca manifestó el 10 de noviembre de 2017: “el nacionalismo es un veneno que amenaza a Europa”. Implícitamente tenía presente la situación particular de Cataluña en estos complicados momentos del intento secesionista de España.

Una cuestión es la contraposición de saberes y otra la falsedad intencionada de evidentes verdades históricas. Hablar del “reino de Cataluña de Jaime I”, de la Corona catalano-aragonesa, de la “Confederación catalano-aragonesa”, de la “Extremadura catalana” para referirse a la actual Comunidad Valenciana, o utilizar el orden de nomenclatura de los reyes medievales valencianos como si fueran catalanes, – verbi gratia, ya no existe Alfonso V de Aragón, el Magnánimo, o Alfonso III del reino de Valencia que es el ordinal que correspondería en la nomenclatura valenciana, sino Alfonso IV de Cataluña. – son entelequias que superan la imaginación y que no están avaladas por la  documentación archivística exhumada y conocida. Afirmaciones que pretenden un adoctrinamiento cultural, y que merced al pasotismo valenciano se están convirtiendo en dogmas para nuestros alumnos y para un sector de la sociedad valenciana. En la C.V. advertimos que se está creando un caldo de cultivo político-cultural similar al que se está viviendo en nuestros vecinos del norte, y no es una paranoia como lo calificó un  distinguido político valenciano con poder y mando actualmente.

Una inmensa mayoría de ciudadanos que habitan en la Comunidad Valenciana tienen asumida conciencia de que los valencianos tenemos una personalidad cultural diferenciada y que pertenecemos a una comunidad histórica que ha sido el resultado de la interacción individual y colectiva de un largo proceso singularizado, fundamentado en razones históricas, geográficas, etnológicas, culturales y lingüísticas que han definido el particularismo valenciano desde el iberismo hasta nuestros días, pasando por el proceso de romanización y latinización, epigonismo visigodo, los cinco siglos de la Valencia musulmana, los tres siglos de la Baja Edad Media cristiana y los avatares socio-históricos de nuestra Edad Moderna y Contemporánea.

En nuestros días, la sociedad valenciana debe implicarse en proyectos ambiciosos desde el punto de vista económico, político y cultural, ejes vertebradores de la Valencia del tercer milenio. Queremos una Valencia de futuro, bajo la premisa que mantuvo el profesor Julián San Valero, Decano de la Real Academia de Cultura Valenciana, “Si som lo que som serem”. Ciertos comportamientos de un sector de valencianos, con la colaboración de ayudas foráneas están trabajando para aniquilar el sentimiento histórico que nos define.

Las Provincias. Opinión. Publicado el jueves 14 de noviembre de 2017, pág. 26