Juan Benito Rodríguez Manzanares
Académico de la Academia Internacional de Ciencias, Tecnología, Educación y Humanidades
Académico de la Academia de Luminescência Brasileira
Hoy quiero romper una lanza en favor de nuestra opinión personal, por encima de cualquier otro tipo de opinión que podamos encontrar en cualquier lugar.
De toda persona pública encontramos en las enciclopedias, y en los últimos años en Internet y todos los lugares especializados, multitud de información sobre cualquiera de los personajes que deseemos buscar información, pero más allá de lo que esas biografías, con mayor o menor fortuna nos quieran mostrar del personaje, siempre queda la opinión personal de quien lea esa información, pues ante todo, siempre debe prevalecer en nosotros, nuestra propia opinión, y si nos es posible, compartirla con el mundo entero.
En ocasiones, nuestra apreciación personal por un personaje público, puede estar filtrada por la simpatía que mostremos por ese personaje, pero al margen de este tipo de situaciones, las cuales se dan siempre, debemos hacer un verdadero esfuerzo por ser objetivos, y que, nuestro cariño, o esos lazos invisibles que nos unen a nuestro personaje preferido, no nos ciegue y nos deje ver meridianamente claro, todo lo que ese personaje representa realmente, tanto para nosotros, como para todas las personas que se asomen al balcón de la vida de esa gran persona.
Yo, como es sabido por todas las personas que me conocen, desde que comencé a dar mis primeros pasos en el mundo de la poesía, siempre he tenido una especial predilección por un poeta oriolano, que, bajo mi punto de vista, ha marcado toda una forma de componer y concebir la poesía.
Me estoy refiriendo ni más ni menos, que, al gran Miguel Hernández Gilabert, más conocido tan sólo por Miguel Hernández, del cual, si hacemos uso de las diferentes biografías que disponemos a nuestro alcance, tendríamos que comenzar diciendo que nació en Orihuela el 30 de octubre de 1910, y que murió en Alicante el 28 de marzo de 1942, y de ahí, pasaría a contar sobre su ascendencia, y dar multitud de fechas y lugares representativos de la vida de este impresionante poeta, pero me voy a salir de la norma y no voy a seguir las pautas y directrices de una ortodoxa biografía.
Así pues, comenzaré diciendo que, igual, Miguel Hernández no nació en la familia adecuada, pues desde muy temprano este gran poeta oriolano, mostró una gran inclinación hacia la literatura, hacia la poesía, algo inusual, ya no sólo para la familia que nunca llegó a comprenderlo, sino incluso para la época que le tocó vivir un tanto agitada socialmente, hasta que llegó a desembocar en la Guerra Civil Española.
Si la familia de Miguel Hernández lo hubiera apoyado desde un principio, desde muy jovencito, en lugar de tener que leer a escondidas y buscar la forma de hacerlo con los libros que en su casa no le proporcionaban, hubiera podido tener toda la obra literaria y poética de todos los grandes poetas y escritores de la historia, y esto le hubiera hecho tener una perspectiva del arte de la escritura mucho más amplia, y quizá, con mayores posibilidades de desarrollar su intelecto. Pero sobre este mismo tema, me surge una cuestión, si hubiera sido así, Miguel Hernández ¿hubiera llegado a ser el mismo poeta que consiguió ser?
Esto es algo que nunca podremos saber, pues si hubiera sido un poeta regalado nacido en una acomodada familia, igual no hubiera llegado a ser ese gran poeta con esa llamada, “poesía de guerra”, tan fuerte, agresiva y con esos tintes trágicos que se destilan de todas, o de la inmensa mayoría de sus composiciones poéticas, pues la poesía de nuestro entrañable Miguel Hernández, se caracteriza sobremanera en ser una poesía que ponía de manifiesto las atrocidades de la guerra y las consecuencias nefastas de la misma.
Recordemos su poema El herido, donde narra todo un canto de tristeza y esperanza desde el punto de vista de un herido de una guerra, de cualquier guerra. Recordemos de este poema esos versos que dicen;
«Para la libertad me desprendo a balazos
de los que han revolcado su estatua por el lodo.»
¡“Me desprendo a balazos”! Vaya desgarradora afirmación.
O ese otro poema, La canción del esposo soldado, en donde un soldado envía un grito desesperado a su querida mujer embarazada de su hijo, de un hijo que en muchas de las guerras que a lo largo de la historia han acaecido, y están teniendo lugar ahora mismo, está creciendo en las entrañas de una llorosa mujer, y que nunca verá a su padre. De este trágico y hermoso poema, recordemos el verso;
«Para el hijo será la paz que estoy forjando.»
Donde deja muy claro, que, para forjar la paz, debe ir a la guerra, algo que bien podría ser una paradoja, una incongruencia, o bien en ámbitos poéticos, un oxímoron, pero, en cualquier caso, algo que nunca debería ocurrir, pues como dijo Mahatma Gandhi, o bien, se le atribuye a él, “No hay caminos para la paz, la paz es el camino”.
Sus tendencias republicanas, le hicieron tomar partido en la Guerra Civil Española por el bando republicano, bando que como todos sabemos, no ganó la citada guerra, hecho este, que al igual que a Manuel Machado, le pasó factura, pero aún así, con el paso de los años, la historia los ha puesto en el lugar que les tocaba por derecho propio.
Miguel Hernández tras participar activamente en la Guerra Civil Española, acabó preso donde murió, creándose alrededor de su muerte la leyenda, o quizá el hecho real, que cuenta que no pudieron cerrarle los ojos, pues seguramente quería ver cara a cara a quienes les habían dejado morir en la flor de su vida, y con tantas y tantas buenas poesías que, a buen seguro, se le quedaron dentro de su atormentado ser. Sí. Atormentado ser, pues fue una persona que tuvo más momentos para olvidar, que buenos momentos para recordar.
Cabe citar en este momento su poesía Las nanas de la cebolla, obra triste y bella en partes iguales que compuso en respuesta a una casta de su amada esposa Josefina Manresa, donde le decía que no tenía nada más que pan y cebolla para alimentar a su hijo. Dramática lectura esta para un padre en prisión, que no vería a su hijo.
De esta poesía quiero destacar la última estrofa del poema;
«Vuela niño en la doble
luna del pecho.
Él, triste de cebolla.
Tú, satisfecho.
No te derrumbes.
No sepas lo que pasa
ni lo que ocurre.»
En esta estrofa, le pide a su hijo que tome lo que hay, y que nunca llegue a conocer las dramáticas consecuencias de la guerra, de una guerra, que, aunque indirectamente, lo mató.
Quiero dejar patente mi admiración por la poética de Miguel Hernández, fuerte, cruda, dramática. Maestro de la poesía aun siendo cuidador de ganado. Estandarte de la poesía en tiempos convulsos que ha llegado hasta nuestros días, y llegará hasta el final de los tiempos por su gran calidad y ese trasfondo humano que caracteriza a las grandes personas, a los grandes poetas.