Juan Benito Rodríguez Manzanares, Patrono
Académico de la Academia Internacional de Ciencias, Tecnología, Educación y Humanidades
Académico de la Academia de Luminescência Brasileira
La Iglesia cristiana introdujo en su discurso, conceptos como: La paz de Dios, o, La tregua de Dios. Ideas que sirvieron a iluminados como Pedro de Amiens el Ermitaño, para predicar y convencer a la multitud, arrastrándola para luchar por la recuperación y liberación de los Santos Lugares. Pero toda esa multitud carecía de preparación militar y no disponían de una buena organización, con lo cual estuvieron condenados a sucumbir a orillas del Bósforo.
Con estos ánimos, las peregrinaciones a Roma, comenzaron a ser sustituidas por las peregrinaciones a Jerusalén y Santiago de Compostela.
Como anécdota comentar que en los últimos tiempos hay quien afirma que el juego de La Oca lo crearon los Templarios y que es una Guía del Camino de Santiago de Ida y Vuelta. Cabe recordar que los Templarios, tenían prohibido jugar a los dados y al ajedrez.
pero los peregrinos estaban sometidos a continuos atracos por parte de los asaltadores de caminos, recibían ataques de alimañas diversas, y, además, debían pagar los Portazgos, que eran unos impuestos por pisar la tierra de ciertos reyes y/o señores. En España fue cobrado por los reinos de Castilla, Aragón y Navarra.
Finalmente, Jerusalén es tomada por los turcos, y esto fue lo que provocó la reacción del Papa Urbano II, que proclamó el Concilio de Clermont en noviembre 1095, donde expone ante una gran audiencia las vejaciones a las que son sometidos los peregrinos y los peligros de toda índole que amenazan a los cristianos occidentales en sus viajes a Tierra Santa.
Cabe apuntar que la cruzada propuesta por Urbano II también pretendía rescatar esta ciudad de manos musulmanas.
Urbano II, inicia su discurso en el Concilio de Clermont con la frase, «Deus Vult» (Dios lo quiere). Así, gracias, o, a causa de las acciones emprendidas Pedro el Ermitaño, y a las recompensas espirituales prometidas por el Papa Urbano II, aunadas al ansia de riquezas y poder, hicieron que príncipes y señores respondiesen pronto al llamamiento del pontífice.
El concilio estuvo encabezado por el legado pontificio D’Albano, asistiendo además los obispos de Chartres, Reims, París, Sens, Soissons, Troyes, Orleans, Auxerre y otras casas eclesiásticas de Francia. También asistieron algunos abades, como san Esteban Harding, San Bernardo de Claraval y algunos laicos como los condes de Champaña y de Nevers.
Hugo de Payns expuso ante la asamblea las necesidades de la Orden, por lo que se decidieron, artículo por artículo, hasta los más mínimos detalles de esta, desde la forma de ayunar hasta la de llevar el peinado, pasando por rezos, oraciones e incluso armamento.
Cabe destacar que el Concilio de Clermont en su canon 9 afirma:
“A quien emprenda el viaje a Jerusalén con la finalidad de liberar a la iglesia de Dios, siempre que lo haga por piedad y no por ganar honor o riquezas, este viaje se le contará como penitencia completa.”
De este modo, la Europa cristiana se movió con un ideario común bajo el grito de “¡Deus vult!”. La I Cruzada estaba en marcha, amparada por el papado encabezado por el Papa Urbano II, príncipes y reyes de Europa, y un sinnúmero de caballeros y soldados, que iniciaron la misma en 1096, en la que participó el Caballero francés Hugo de Payns, el Caballero flamenco Godofredo de Saint-Adhemar.
Así, este ejército Cruzado, formado por franceses y flamencos bajo el mando de Godofredo de Bouillon y su hermano Balduino, a los que se unieron los ejércitos de Roberto de Normandía, Roberto de Flandes, Raimundo de Saint Gilles, Bohemundo y Tancredo, consiguió atravesar Constantinopla, cruzar Asia Menor y conquistar Jerusalén en julio de 1099, acabando la Cruzada en este año con dicha conquista, llevando ello a la constitución de los Condados de Edesa y Trípoli, el Principado de Antioquía y el Reino de Jerusalén, del cual, Balduino I se proclamó rey en 1100, el cual se ocupó de escribir cartas a los reyes y príncipes más importantes de Europa a fin de que prestaran ayuda a la recién nacida Orden, que había sido bien recibida no solo por el poder político, sino también por el eclesiástico, ya que fue el patriarca de Jerusalén la primera autoridad de la Iglesia que la aprobó canónicamente.
Así pues, con el impulso del Caballero Hugo de Payns, junto al Caballero Godofredo de Saint-Adhemar crean de una Orden religiosa-militar, uniendo en una sola entidad su gran y arraigado sentimiento religioso y el ideal de la Caballería, el cual siempre ha sido, la defensa de los más desfavorecidos y la lucha por las causas nobles y justas.
Así, esta primigenia Orden vio la luz en 1118 bajo el nombre del “Los Pobres Caballeros de Cristo”, (hay historiadores que también recogen el nombre de “Los Pobres Soldados de Cristo”), y que tenía por misión, guardar, salvaguardar y velar los caminos por los que peregrinaban los peregrinos, para que estos, en su ir y venir a Tierra Santa llegaran y salieran sanos y salvos de cualquier ataque que pudieran sufrir de cualquier índole.
Finalmente, Hugo de Payns se convirtió en el primer Maestre de esta gloriosa Orden, pero además hubo otros ocho caballeros que junto a él fundaron la Orden, pasando a la historia como los nueve primeros caballeros de los Pobres Caballeros de Cristo. Estos nueve Caballeros fueron.
Hugo de Payns
Godofredo de Saint-Omer
Godofredo Bisol
Payén de Mont-Didier
Archembaud de Saint Aignant
Gondemar
Andrés de Montbard
Hugo de Champagne
Jacques de Rossal
Como citaba anteriormente, la orden fue reconocida por el patriarca de Jerusalén Garmond de Picquigny, que le impuso como regla la de los canónigos agustinos del Santo Sepulcro.
Posteriormente, en 1129, es aprobada oficialmente por la Iglesia católica durante el Concilio de Troyes, celebrado en la catedral de esta ciudad.
la Orden del Temple creció rápidamente en tamaño y poder. Militarmente, sus miembros se encontraban entre las unidades mejor entrenadas que participaron en las Cruzadas. Los miembros no combatientes de la Orden gestionaron una compleja estructura económica dentro del mundo cristiano. Crearon, incluso, nuevas técnicas financieras que constituyen una forma primitiva del moderno banco. La orden, además, edificó una serie de fortificaciones por todo el mar Mediterráneo y Tierra Santa, llegando a ser muy poderosa.