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AYER Y HOY DE LA LITURGIA VALENCIANA – REFLEXIÓN ALREDEDOR DE UNA CONMEMORACIÓN

By 13 septiembre, 2017marzo 13th, 2018Artículo, Leopoldo Pañarroja Torrejón

Leopoldo Penarroja Torrejón

Académico de la Real Academia de Cultura Valenciana

Ilustrísimos señores académicos, señoras y señores:

No soy, probablemente, el más adecuado para glosar en el tono que merecen los 30 años de la aprobación por la Santa Sede de los hasta hoy únicos textos litúrgicos oficialmente reconocidos en lengua valenciana. Una efemérides del máximo significado que, a buen seguro, hubiera sido exaltada, con las bendiciones de la parafernalia oficial si el modelo de lengua a que aquellas escrituras se hicieron traducir hubiera sido un estardar cualquiera, por ejemplo, el eufemísticamente denominado “valencià” o “la nostra llengua”, fórmulas bajo las cuales se esconde con frecuencia una lengua que no es la nuestra, sino la que quieren hacer nuestra.

Sobre la naturaleza y la historia de esta lengua sí  podría, después de tres decadas de dedicación y unos cuantos libros dedicados a la materia, decir alguna cosa; pero también como cristiano de a pie, es decir, en tanto que fidelis Christi, fórmula breve que siempre me ha impresionadp en la lápida sepulcral de dos compratiotas nuestros, cristianos del siglo IV de tierras de Alicante, Aurelio y Sara, que recogía hace poco en Cristianismo Valenciano. Valgan estas dos credenciales como un modesto aval de mi reflexión.

Hace ahora 30 años (4 de mayo de 1983) recibían la aprobación oficial de la Santa Sede los textos de dos misas tan vinculadas al sentir del pueblo valenciano como son la de la Mare de Dios de los Desamparados y la de San Vicente Ferrer. O, en el latín protocolario vaticano: Textus Missae de Sancto Vincentio Ferrer, presbytero et textus Missae de Beata Maria Virgine, sub titulo ‘Mater  Desertorum’, lingua latina hispanica et valentina exarati.  Un año más tarde y en virtud del cánon 825 del Código de Derecho Canónigo,  era asimismo aprobada por la Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal Española la versión de los Quatro Evangelios en lengua valenciana (4 de mayo de 1984), traducción de la Nova Vulgata a la lengua valenciana verificada por Mn. Josep Alminyana y Mn. Luis Alcon.

Aprovecho para señalar que la tradición litúrgica valenciana en lo que hace al Ordo Missae es tan antigua que ya sobre nuestro San Vicente de la Roda, que alcanzó la gloria del martirio el año 304 cuando la persecución de Diocleciano, existe ya todo un ciclo litúrgico que queda reflejado en la denominada Missa in diem Sancti Vincenti,  incluida en el Liber Sacramentorum de la Liturgia Muzarabica Vetus, la que publicó el benedictino Dom Marios Férotin en los Monumenta Ecclesiae  (1912) y que ya estaba en circulación en época visigoda, como prueban sin duda venerables manuscritos que aluden como bien consolidada la fiesta vicentina del 22 de enero: el Liber Ordinum del monasterio de Silos, de 1052;  el Antiphonarium de León copiado sobre un manuscrito del siglo VII, del Código Compostelano de 1055, etc. El propio San Agustín le dedicó en esa fecha de enero hasta seis sermones, cosa sorprendente entre la producción de un Doctor de la Iglesia de la talla gigantesca del obispo de Hipona.

Pero vuelvo al hilo de la conmemoración.  Los autores de la traducción de los Quatre Evangelis (Cuatro Evangelios), auxiliados por otros sabios de quienes enseguida hablaremos, no pueden er más expresivos al hacer constar, trayendo a la memoria del pontífice Pablo VI, que el propósito que los guiaba a la hora de traducir el Nuevo Testamento era conseguir que tal versión fuera “bien valenciana, todo lo más literariamente digna, gramaticalmente correcta y directamente inteligible [,,,] incluso para los chiquitos, con un lenguaje sencillo y sugerente”.  I queriendo, ajustarse al máximo a la realidad patrimonial del idioma, escogieron la normativa ortográfica de la Academia de Cultura Valenciana (hoy Real Academia de Cultura Valenciana), “la que más se adecua –decían al pie de la letra- a la lengua viva de nuestro pueblo valenciano.

Esta extraordinaria labor intelectual que a lo largo de la década de los setenta comprendía ya el Ordinario de la Misa, el Propio de los Tiempos, el Ritual de los Sacramentos y exequias; el Propio de los Santos; el Leccionario para los Domingos y Fiestas con tres ciclos A, B, C y los citados Quatro Evangelios, no hubiera sido posible sin el tesón de una asociación señera, Amunt el Cor, donde aparte de Mn. Alminyana y de Mn. Alcon, confluían el saber teológico, bíblico, histórico o linguístico de miembros tan destacados como eran D. Vincent Vilsr Hueso, D. Vincent Castell Mahiques, D. Josep Climent, D. Enric Esteve y Francisco, D. Antoni Romero y Torres y (no puedo ser exaustivo) de otros integrantes que podrían, con más autoridad que yo, dar fe de cuanto decimos.  Me permito un breve paréntesis para recalar en la figura de Mn. Alminyana, uno de los mejores cultivadores de la prosa valenciana moderna enraizada con la valenciana prosa cuatrocentrista, tan familiar para el a través de sus modélicas ediciones de Roig de Corella, Sor Isabel de Villena o de Jaime Roig, hoy por hoy insuperadas. De mosén Vicent Castell, a quien siempre agradeceré el haber puesto a mi disposición su inmenso archivo particular, resultado de una larga trayectoria investigadora en el  Archivo Sectet? (Secreto?) Vaticano, la figura más solida en lo que toca a la Historiografía Eclesiástica que ha dado Valencia desde Chabas y Sanchis Sivera. Como también de Mn. Vicent Vilar, tan humilde en el trato personal como vastísimo en el dominio de las lenguas clásicas y orientales (griego, árabe,  hebreo, egipcio jeroglífico), fundador de la Academia Valentina de Linguis Biblicis et Orientalibus Ediscendis, maestro del máximo prestigio internacional en arqueología y lenguas bíblicas, y sabio que me sorprendía en cada conversación, como aquella (una de las últimas) donde me sintetizó la honda teología que “jau baix” la relación entre el Theótokos grec y el “Mare de Deu” valenciano.

Es de justicia, por consiguiente, rendir homenaje a su memoria. Y lo hago a título personal, por cuanto he recibido el magisterio de no pocos de los citados; y colectivo, por cuanto, en general, la categoría humana y humanística de estos valencianos ha quedado opacada por una Valencia oficial que exalta personalidades reales o presuntas, más lo segundo; los méritos de los cuales, con frecuencia, estriban en haber inventado una historia, un lenguaje o incluso (¡cosa paradójica!) una nacionalidad que nada tienen que ver con la de los valencianos, pero que han invadido la imaginación colectiva.

Dicho esto, únicamente haré dos reflexiones: La traducción de las Sagradas Escrituras no es cualquiera cosa. Y debe ser hecha (cosa que queda patente en las observaciones pontificias, sinodales, conciliares, etc) fuera de dudas: “Ante todo, tened presente que ninguna predicción de la Escritura está al arbitrio de interpretaciones personales; porque ninguna predicción antigua ocurrió por designio humano; hombres como eran, hablaron de parte de Dios, movidos por el Espíritu Santo”, dice bien claro la Segunda Epístola de Pedro (1, 20-21). Bien entendido que si lo que se quiere es acercar la palabra de Dios a una comunidad humana, sería incongruente hacerlo por medio de una lengua distinta de la que tal comunidad reconoce como suya. Flaco servicio haríamos al pueblo de Dios si en lugar de aproximarle su Palabra se la hiciéramos incomprensible.

No me corresponde opinar sobre el primer aspecto. Que es el magisterio de la Iglesia (como ha señalado claramente Benedicto XVI) a quien toca “interpretar auténticamente la palabra de Dios, oral o escrita” parece cosa vertical; como también que la verdadera hermenéutica  brota de la de la Biblia y de su inmanencia en la vida eclesial.  No es, por tanto, el magisterio de la Real Academia de Medicina, ni el de la Academia Española de la Lengua, ni el de la Academia Valenciana de la Lengua indeterminada a quien corresponde un menester tan delicado. No perdamos tiempo en demostrar aquello que no necesita demostración.

Pero si debemos hacer ciertas consideraciones sobre la traducción del depósito de la fe y de las manifestaciones concretas de la liturgia. Porque sería verdaderamente sospechoso el interés por trasladarlo a una comunidad de fieles (en este caso la valenciana) en lenguaje extranjerizado. Aclarar esta cuestión es capital; es decir, determinar el lenguaje adecuado de las traducciones a la lengua vulgar, hechas en general a partir de la Vulgata, la versión de San Jerónimo, en el siglo V, efectuada ya de la Vetus Latina justamente para acercarla más a la lengua nativa, vulgata, vulgar, del pueblo llano; y dilucidar ese modelo de lengua desde el verdadero criterio pastoral, que consiste en facilitar la comprensión de la palabra divina al pueblo de Dios; no en aprender un estándar gramatical ni en cultivar una lengua de fuera con aspiraciones invasivas.

Esta es la cuestión. Porque la traducción bíblica o litúrgica no consiste en la simple adopción y adaptación de una versión previa.  Es asunto de particular juicio, lo que quiere decir que va más allá de una labor funcionarial y que ha de atener a dos determinantes: fidelidad teológica y adecuación lingüística.  Se nos antojan, por eso, poco de fiar los intentos desesperados de la AVLl por obtener, como sea, la aprobación eclesiástica, que es la que impone la Constitución Sacrosanctum Concilium del Vaticano II, de una serie de traducciones (de unas traducciones en serie) que, como todos sabemos que no son elaboraciones ex novo, sino recepción i retoque de previas versiones catalanas que se ha decidido, por quien no tiene competencia alguna en tales decisiones, imponer a los creyentes valencianos. Estamos de nuevo, como no podía ser de otra manera, delante de aquello que la peculiar institución entiende por “estándar valenciano”, es decir, de una remezcla de fonética, morfosintaxis y corpus lexic de tradicional obediencia catalana. Nihil novum sub sole.

Como que entrar en el detalle daría no para una sino para un ciclo de conferencias, que no es el caso, vale formularse algunas preguntas, por ejemplo: ¿qué razón teológica justifica que un fiel valenciano se haya de preparar a la Eucaristía con un “Anyell de Deu” si los textos en vulgar de 1260 están ya  rellenos de “corderos”? ¿Cual para que haya de dirigirse a Dios en formas verbales extranjeras a nuestra lengua general al estilo del “tinguéu pietat”, superadas por la lengua valenciana clásica? ¿Cuál para que deba preferir estimar y no amar, aixecar-se y no alçar-se, obtenir y no obtindre, adressar-se y no dirigir-se, seure y no assentar-se, etc? ¿Cuál para que los pronombres que reflejan la relación interpersonal o deíctica hayan de ser jo, nosaltres o vosaltres, aquest, aqueix? ¿O para que las partículas doncs, cinqué, aprop, malgrat, se hayan de suponer hermenéuticamente superiores? ¿Que razón de orden espiritual justifica que en la lectura de los Evangelios se hayan de extirpar los complementos directos de persona con la preposición /a/ o los locativos con la preposición /en/ que ya utilizaba el valenciano del siglo XV e incluso el del XIII? ¿Porqué el lector de la Palabra habría de recitar «Jesús va veure Simó» y no «va vore a Simó», «aço es el que li passa al qui atresora riqueses» en lugar de «aço es lo que li passa al qui atresora riquees», «devallà de la barca y no «abaixà de la barca»‘.

No hay aquí ninguna razón teológica, sino profana. Los ardores apostólicos de la AVLl y de sus mentores no son creíbles; simplemente, juegan con las cosas divinas para hacer políticas de los humanos; que no son otras que la sumisión al estándar pancatalán, el que impera por rendición casi general en la red educativa, institucional, etc. desde muchos años atrás, frente a la lengua real de los valencianos. Nótese además que ciertas escenografías propiciadas por la misma institución, como ahora la jornada sobre «Llengua i Església», donde se pretende visualizar un -digamos- entusiasmo genérico de los fieles valencianos con esos materiales litúrgicos, esconden la cruda realidad de una ínfima minoría proclive a la catalanización del valenciano, no a la evangelización en valenciano.

Sería inconsecuente que una lengua que ya mucho antes del siglo XV había desarrollado una forma genuina, que suena ya bien viva antes de 1238 (lo siento por la ortodoxia fusterguarneriana, que sigue blindada en posiciones científicamente caducas); una lengua -digo- que brilla literariamente con una multitud de figuras de la grandeza de Villena, Martorell, Roig o March y que incluso se manifestó en una literatura canónica que va de la Biblia arromanzada por Fray Bonifacio Ferrer al Missale Valentinum, etc., abdicara de su propia identidad. ¿Inmolada por supervivencia de una supuesta lengua única de carácter superior?. En absoluto. Por expansión de un proyecto totalitario donde la lengua ha sido simple instrumento: per linguam ad nationem. A la nación catalana. Me veo obligado a recordarlo, moleste a quien moleste, a fin de que la amnesia histórica no nos haga olvidar quien somos y donde nos quieren llevar. Buena fecha esta, pues hizo ayer 554 años de la muerte de Ausias March y hace 30 de la aprobación vaticana de los materiales litúrgicos en lengua valenciana, para hacer una honda reflexión. Y actuar.

Discurso leído en la Llonja de Valencia el 4 de marzo de 2013