Los nacionalistas catalanes ya lo han conseguido; hoy, gracias a la
decisión del Senado, pueden hacer allí referencia a ese nombre
inventado por ellos: «Países Catalanes» , aunque éste carezca por
completo de realidad histórica. Es un viejo sueño de casi un siglo que
han llegado a hacer realidad, a base de todo un entramado político(que
empezó con la Lliga Regionalista), que arrancó en 1906, año en que
Enric Prat de la Riba publicó su libro _«La nacionalidad catalana» _y
en que se celebró el Primer Congreso Internacional de la Lengua
Catalana.
Tanto en ese libro como en aquel Congreso quedaba reflejada la hoja de
ruta expansionista de los catalanistas. Aún no se adoptaba la
terminología de «Países Catalanes», se hablaba de _»Gran Cataluña»_,
pero la meta era la misma: hacer de la región valenciana y también de
las Islas Baleares una extensión del territorio catalán, so pretexto
de compartir la misma lengua y la misma historia (la antigua Corona de
Aragón).
Es decir, se inventó una uniformidad histórica y lingüística que
jamás había existido. La unidad verdadera era la institución y la
persona del monarca; los territorios se habían ido añadiendo conforme
se conquistaban pero los fueros daban fe de la independencia y
peculiaridades de cada reino (Mallorca y después Valencia); porque si
en algo se caracterizaba la época feudal era en su carácter
fragmentario y heterogéneo, sólo el principio de jerarquía daba su
coherencia al sistema. Así que nunca existió una corona catalana, por
más que los nacionalistas catalanes intenten disfrazar la Corona de
Aragón, designándola _»Corona Catalano-Aragonesa». _
Quien repite esas falacias lo hace por ignorancia o por interés. Ya
son prácticamente innumerables las tergiversaciones llevadas a cabo,
como por ejemplo que las «Bases de Castellón» (1932) daban fe de la
catalanidad del valenciano. Quien se moleste en leer aquel documento que
no ocupa más de seis hojas de texto, comprobará que en ningún lugar
está escrito que el valenciano sea una modalidad del catalán.
¿Entonces cómo hemos llegado hasta aquí?
La democracia tiene sus virtudes pero también tiene sus peligros. Si
en el Antiguo Régimen todo dependía de la voluntad de un rey, bajo las
democracias representativas dominadas por la partidocracia, se puede
llegar a conseguir validar por ley conceptos que antes no existían;
incluso si son contrarios a la historia o a la ciencia. Basta con que
unos políticos encuentren su ventaja el pactarlo, para que se dé carta
de naturaleza a cualquier fantasía que esté respaldada por un partido
político con la suficiente influencia. Todo dependerá de lo que gane
cada cual en el pacto.
_A este jueguecito los nacionalistas catalanes ya son maestros_
En 1930 consiguieron su primer «gran premio» con el Pacto de San
Sebastián; pusieron sus condiciones para apoyar una república en
España (1931), y lograron el Primer Estatuto de Autonomía (septiembre
1932). ¿Por qué los catalanes y no los andaluces o los valencianos
empezaron a comportarse como un auténtico grupo de presión? Pues,
porque en Cataluña triunfaba la revolución industrial (el textil), y
con ella se creaba una auténtica riqueza financiera. Los industriales
catalanes advirtieron muy pronto de su ventaja frente a los demás
territorios donde la agricultura seguía siendo el único medio de
subsistencia. No por casualidad pasó lo mismo en el País Vasco: allí
también la industria (siderúrgica) dio alas a la burguesía vasca.
Así que los nacionalistas vascos también ejercieron sus propias
presiones durante el Pacto de San Sebastián, consiguiendo ellos
también un estatuto de autonomía, votado ya en plena guerra civil
(octubre 1936). ¿Por qué los catalanes lo consiguieron antes que los
vascos? Porque los catalanes estaban mejor organizados. Mientras los
vasquistas ya intentaban incorporar Navarra dentro del estatuto vasco,
los catalanistas más prudentes habían empezado a hacer proselitismo en
Valencia _desde principios del siglo XX._ Eso sí, con mucho sigilo, y
poniendo la diana en los ámbitos académicos. Sabían que la fruta aún
no estaba madura, y para que la estrategia funcionara, era preciso que
fueran los mismos valencianos los que abogaran por su supuesta
catalanidad. Y en ese aspecto cuanto peor le iba a España (dictaduras,
y guerra), mejor lo tenían para atraerse la simpatía de los
valencianos.
_«El Estatuto valenciano se acordó finalmente y los símbolos
pancatalanistas no triunfaron, pero lo que nunca consiguieron los
fusterianos con la ley en la mano, lo están consiguiendo ahora por la
puerta de atrás»_
Paradójicamente un antiguo franquista rebotado llamado Joan Fuster fue
el candidato elegido. Por encargo desde Barcelona escribió en 1962 el
libro «Nosotros los valencianos», y otros tantos con la misma
finalidad. Se trababa de insistir en las tesis expuestas por Manuel
Sanchis Guarner en su libro «La llengua dels valencians», una obra de
juventud reescrita con mayor carga doctrinal que en su primera edición
(1934). El momento era propicio, había que asimilar España a la
dictadura franquista, y en eso se esmeraron (y siguen haciéndolo). La
Universidad fue la sede del adoctrinamiento pancatalanista con la ayuda
inestimable de los profesores catalanes y catalanistas que allí
impartían clase (Joan Reglà, Miquel Tarradell, Miquel Dolz, Ernest
Lluch) y mantenían relación muy estrecha con Joan Fuster. Y mientras
los antiguos comunistas se arriesgaban valientemente, pagándolo con la
cárcel, los fusterianos hacían de la hipocresía y la manipulación
sus principales armas de batalla. Basta ver el aplomo con el que Chimo
Puig o Monica Oltra afirman que a los valencianos nos les preocupa la
declaración del Senado.
Así de adoctrinada llegó una parte de la nueva intelectualidad
valenciana, dispuesta a tomar el relevo de los viejos luchadores contra
la dictadura, en vísperas de la Transición Democrática. Cierto que en
junio de 1977 las urnas valencianas rechazaron sin paliativos a los
partidos políticos que abogaban abiertamente por el proyecto
pancatalanista. Pero eso no iba a cambiar nada de lo previsto, ahí
estaba Joan Fuster para repensar la estrategia. Se adoptó un plan B:
los cabecillas de aquellos partidos pancatalanistas desechados,
integrarían los partidos estatales de izquierdas (PSOE y PCE),
vencedores de los comicios. Frente a una mayoría de militantes con poca
preparación académica y dialéctica, estos apóstoles del
fusterianismo no tardaron nada en escalar puestos de relevancia y en
potenciar el carácter ya nacionalista (antiespañol) que la izquierda
en general había adoptado. El objetivo era dar al estatuto valenciano,
símbolos pancatalanistas (la «Batalla de Valencia»). Se habló entonces
de hacer un referéndum para que los valencianos decidieran esos
símbolos, pero las encuestas adelantaban el fracaso de la cuatribarrada
y el rechazo de la denominación de lengua catalana para designar al
valenciano. Así que nunca se llevó a cabo ese referéndum.
El Estatuto valenciano se acordó finalmente y los símbolos
pancatalanistas no triunfaron, pero lo que nunca consiguieron los
fusterianos con la ley en la mano, lo están consiguiendo ahora por la
puerta de atrás. Pues ¿cuándo fue voluntad de los valencianos llamar
a Valencia «País Valenciano»? ¿Cuándo decidieron los valencianos que
su tierra pueda designarse además «País Catalán»? ¡Jamás de los
jamases! Sin embargo es esta izquierda, que se proclama a sí misma más
demócrata que nadie, la que lo ha decretado así. Que le importa a esta
izquierda si encuentra su conveniencia pisoteando la identidad
valenciana, para mejor reverenciar la de los catalanes. ¡Ése es su
particular concepto de la igualdad!; por ello, sin pudor alguno sigue
disfrazándose de defensora de los desfavorecidos, cuando en realidad
traiciona la democracia, y allana más y más el camino a una nueva
élite adinerada y sectaria, que, comportándose como un lobby se va
construyendo unos «países catalanes» como el que se construye un
palacio, ladrillo a ladrillo, pero pagado con el dinero de todos,
incluido él de los valencianos.
Josefa Villanueva es Doctora en Filología Hispánica y autora del
libro _«El nacionalismo valenciano (tomo 1 y 2)editorial l’Oronella»,_
basado en su tesis doctoral leida en la Universidad Paris-Nanterre,
2017.
DIARIO ABC 24-11-2021